
El partido lo perdió el Madrid durante 82 minutos y se lo encontró el Mallorca en un segundo. Se puede explicar así o diciendo, sencillamente, Copa. No puede entenderse como una mala coincidencia que el Madrid vaya a sumar quince años sin ganar este título. Delata un desinterés congénito, la falta de atención por un torneo que, más que proezas, exige concentración, interés, cariño. Y la Copa tiene su orgullo: si no siente afecto, te expulsa. Como hace, sistemáticamente, con el Madrid.
A pesar del magnífico resultado, el Mallorca no hizo un partido para pasarlo por televisión. Su primer mérito fue no firmar una derrota digna y volver a casa. El segundo fue, naturalmente, Ibagaza.
Créanme. No es fácil jugar peor de lo que lo hizo el Mallorca en la primera parte. El equipo de Manzano salió al campo completamente dormido y pareció sestear durante 45 minutos, extrañamente falto de tensión, como si aquello no le interesara en absoluto, o como si hubiera ingerido un sedante, o algo peor, un cocido madrileño.
El Madrid, al contrario, se entregó al acoso desde el primer momento. Higuaín tuvo la primera oportunidad a los tres minutos, pero falló como falla él, con cierto estruendo. No habían pasado ni 30 segundos cuando el delantero argentino volvió a gozar de otra ocasión, todavía más clara. Su disparo a bocajarro y con el portero vencido lo repelió bajo palos Borja Valero. El Madrid reclamó penalti, pero el chico no hizo otra cosa que protegerse el pecho con los brazos. De no cubrirse, aún tendría la pelota tatuada.
A los seis minutos, Higuaín voleó alto un pase de Drenthe y confirmó que algo en su subconsciente ve la portería como el escaparate de una cristalería o como un inexpugnable monte (de Venus). Ya dijo el doctor Freud que todas las explicaciones residen en las anécdotas de la infancia.
En esos primeros minutos, Drenthe se descubría como otro de los protagonistas de la película. Tan desmadejado como siempre, el holandés se mostraba participativo y, sobre todo, profundo, lo que estiraba al Madrid ante la absoluta pasividad del rival, que era un espectador vestido de rojo y negro. Si el speaker hubiera pinchado una balada, el Mallorca habría necesitado un edredón.
A pesar del magnífico resultado, el Mallorca no hizo un partido para pasarlo por televisión. Su primer mérito fue no firmar una derrota digna y volver a casa. El segundo fue, naturalmente, Ibagaza.
Créanme. No es fácil jugar peor de lo que lo hizo el Mallorca en la primera parte. El equipo de Manzano salió al campo completamente dormido y pareció sestear durante 45 minutos, extrañamente falto de tensión, como si aquello no le interesara en absoluto, o como si hubiera ingerido un sedante, o algo peor, un cocido madrileño.
El Madrid, al contrario, se entregó al acoso desde el primer momento. Higuaín tuvo la primera oportunidad a los tres minutos, pero falló como falla él, con cierto estruendo. No habían pasado ni 30 segundos cuando el delantero argentino volvió a gozar de otra ocasión, todavía más clara. Su disparo a bocajarro y con el portero vencido lo repelió bajo palos Borja Valero. El Madrid reclamó penalti, pero el chico no hizo otra cosa que protegerse el pecho con los brazos. De no cubrirse, aún tendría la pelota tatuada.
A los seis minutos, Higuaín voleó alto un pase de Drenthe y confirmó que algo en su subconsciente ve la portería como el escaparate de una cristalería o como un inexpugnable monte (de Venus). Ya dijo el doctor Freud que todas las explicaciones residen en las anécdotas de la infancia.
En esos primeros minutos, Drenthe se descubría como otro de los protagonistas de la película. Tan desmadejado como siempre, el holandés se mostraba participativo y, sobre todo, profundo, lo que estiraba al Madrid ante la absoluta pasividad del rival, que era un espectador vestido de rojo y negro. Si el speaker hubiera pinchado una balada, el Mallorca habría necesitado un edredón.
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